Imagen y nación : artes, redes intelectuales y política en Colombia (1919-1965)

Abstract

La investigación estudia la evolución de la plástica colombiana entre los años veinte y la mitad de los años sesenta del siglo pasado, prestando particular atención a las relaciones entre arte, redes intelectuales y política. En el texto se formulan nuevas hipótesis interpretativas acerca de diferentes coyunturas específicas, pero el objetivo principal ha sido armar un relato, ordenado y contextualizado, acerca de un tramo de la historia artística que suele ser abordado por segmentos aislados. Sin pretensiones de exhaustividad, la investigación intenta una sistematización de los diferentes “segmentos aislados” al interior de un cuadro unitario, señalando los momentos de cambio, pero sobre todo los elementos de continuidad, entre los cuales sobresale la insistida tendencia de la plástica nacional - no sin el influjo de discursos provenientes de la esfera intelectual y política - a “nacionalizar” las imágenes. La búsqueda de un arte “independizado” conoció diferentes fases, que la investigación trata de identificar y articular. En los años veinte, luego de unos intentos de interpretación no académica del paisaje nacional, se registra una inclinación hacia fantasías arcaizantes de corte neoprehispánico, cuyo punto culminante es la producción parisina de Rómulo Rozo. A comienzo de los años treinta, con el regreso del Partido Liberal en el poder, se abre una nueva fase. Artistas como Ramón Barba, Hena Rodríguez, Josefina Albarracín y Luis Benito Ramos, bajo la inspiración de textos como La melancolía de la raza indígena de Armando Solano (1927) y la Monografía del Bachué (1930), dejan a un lado el neoprehispanismo fantástico para orientarse hacia una representación de corte realista, cuando no naturalista, de sujetos campesinos y populares, interpretados como genuinos depositarios del espíritu indígena. En la segunda mitad de la década, en correspondencia con la Revolución en Marcha, liderada por el presidente liberal Alfonso López Pumarejo, pintores como Pedro Nel Gómez e Ignacio Gómez Jaramillo, mirando al ejemplo del muralismo mexicano, plasman en edificios públicos de gran importancia simbólica ciclos de frescos en los cuales despliegan un ideal de nación marcado por fuertes acentos sociales y por un resuelto tinte partidista liberal. Importante, en esos años, es también la contribución de artistas como Gonzalo Ariza y Marco Ospina, quienes, recurriendo principalmente a la técnica del grabado, plasman una visión de la sociedad colombiana en la cual la crítica política se combina con un profundo apego a lo popular. Los años cuarenta se configuran como una década bisagra en la cual nuevos desarrollos del viejo nacionalismo (Alipio Jaramillo) conviven con la incubación de un neovanguardismo con sello local que, bajo la batuta de artistas como Alejandro Obregón, Edgar Negret, Eduardo Ramírez Villamizar y Enrique Grau, dominaría la escena hasta la primera mitad de los años sesenta, contando, a nivel nacional, con el decisivo apoyo institucional y mediático de la crítica argentino-colombiana Marta Traba y, a nivel internacional, del crítico cubano- estadounidense José Gómez Sicre.